Afuera hace demasiado frío


Afuera hace demasiado frío.
Yo no duermo en una cama dura. A mí me gusta leer de noche con luz eléctrica.
Me gustan los hipermercados hiperllenos y las tarjetas de crédito con bastante saldo.
Afuera, donde la verdad grita, hace demasiado frío.
Los mendigos de los portales huelen mal. Me dan miedo los yonquis enloquecidos de navajas. Y los barrenderos fosforescentes entre dos luces me dan como tristeza.
Yo no salgo sino cuando el sol reina en el centro del día.
O cuando la noche no me tiene más que a mí para consolarse de su soledad.
Escondido en la intimidad hermética de mi automóvil, atravieso las calles inhóspitas pobladas de sombras o de gentío y me desplazo de búnker en búnker, todos ellos construidos con gruesos muros de cristal trasparente y guarnecidos de pantallas planas de altísima definición.
Afuera, donde se pagan mis cuentas, hace demasiado frío.
La turba horripilada hace cola de noche en la parada del autobús, roja de frío, y luego se embute en el vehículo y se recalienta en silencio áspero, conocido y ajeno.
No me pidas que salga a mezclarme con ella. Prefiero que algunos vengan a mi casa y se desnuden en sus estancias cálidas y luminosas y que se reconforten con mis licores exquisitos y que se despojen de los relojes y que canten y bailen fuera del tiempo y que luego se acuesten a fornicar o a dormir en íntimos, confortables lechos.

Algo incontenible

El ser humano nace y muere a una velocidad de entre trescientos y cuatrocientos bebés o cadáveres por segundo, según los segundos. Un manantial de bebés llorones y un despeñadero de viejos desmemoriados podrían ser las imágenes plásticas de estas verdades fenomenales, de estas realidades globales del nacimiento y de la muerte humanos, ambas incontenibles. Ambas incontenibles, incontrolables, como el ciclo del agua, como la rotación de la Tierra, como el caos del universo.
Aquí estamos los siete mil millones empeñados en tener más dinero para que nuestros hijitos no se mueran de hambre, para que nuestros hijitos sepan defenderse de los malos, que los hay por legiones y, si se tercia, para que nuestros hijitos manden más que nadie y sean aclamados por las multitudes.
- Yo prefiero que mis hijos sean solidarios y felices y no me importa que sean pobres e ignorados.
- Enhorabuena.
Ni el Papa ni Obama ni Bill Gates ni un improbable triunvirato ni la mujer definitivamente liberada ni todos los chinos amenazados de muerte pueden detener el disparate de la supervivencia humana (o dinero) ni el ingente dolor que genera y que se multiplica en cada sensibilidad y en cada inteligencia.
¿A que es para suicidarse?
Sin embargo, la gente se suicida por otras cosas: por dos consignas, por un miedo, por ningún beso.
Es para suicidarse, ¡caramba!, ¡jolín!, pero este disparate también puede ser para vivirlo, incluso para disfrutarlo y empeñarse en convertirlo en coherente.
Soñar, soñar, soñar: el futuro es el único espacio conquistable.
Amables lectores, que habitaréis conmigo la próxima década, ya la segunda de este siglo que nos tiene a todos cogidos por sorpresa, a día de hoy, 2011 es todo futuro. Feliz Año.