El primer amor

Primero me pasé muchos días mirándote a escondidas, muchas noches cegado por tu imagen: yo nunca había visto un ángel.
No recuerdo cuanto tiempo estuve luchando contra mi cobardía hasta que me atreví a hablarte por primera vez. Tu rechazo o tu indiferencia me habrían herido de muerte, pero no: sonriendo, me regalaste una respuesta.
Empezamos a conversar. Hablábamos de nosotros, de los demás, de nada. Descubríamos con asombro que en todo coincidíamos, que todo lo construíamos juntos, ya para siempre.
El primer beso nos sorprendió a los dos, nos avergonzó a los dos y luego siguieron cientos, miles de besos durante muchos días y muchas noches, hasta que todo tu cuerpo se volvió de miel.
Por qué, cuándo o cómo nos perdimos es algo que nunca he llegado a comprender, algo que ni siquiera logro recordar.
Pero tengo la certeza íntima de que, aquel lejano día, el resto de mi vida se transformó en el resto de mi muerte.
Y sé que en todos los besos que después he dado, los de coñac y tabaco, los de agua de rosas y los de leche templada, he buscado ese último sabor a miel.