Carne trémula

Si marcó Ronaldo, si estamos en democracia, si hay algo de agua en Marte, aunque sea poquita, si las muertes por hambre son menos de ocho o más de diez por minuto, si Avatar es mejor o peor que Titanic, te va entreteniendo, te va convenciendo de que vives, de que sabes, pero tú ¿qué quieres?
¿Qué queremos todos y todas? Tú lo sabes y yo también. Es el anhelo íntimo, colectivo. Si llegara, se derrumbaría la casa, saldríamos corriendo con lo puesto. Miedo nos da verlo solo de lejos, adivinar su aroma, nos retiramos de su trayectoria, nos resguardamos de su fulgor, pero si llega, si a pesar de todo nos alcanza, no podrá resistir la carne trémula.
Nada importa lo que dejamos atrás, lo que venga después. Es imperioso no perder el ahora, porque es ahora cuando tiembla, porque siempre tembló, porque jamás dejará de temblar, y no hay otra verdad, y lo demás, la familia, la moral, las ideas, la libertad, las grandes palabras, las buenas obras, los atávicos dioses, no es que pierdan valor, es que dan risa en cada escalofrío, es que dan lástima en cada estremecimiento.
El héroe de cuento que te salvó de los malos, la virgen desnuda a la que desangraste en su palidez, el tullido que te necesitaba para caminar, el avaro mercader que te transportaba en una jaula de cristal, todos eran la misma caricatura, la misma reliquia, el mismo matrimonio, la misma limosna.
Y todos fueron arrasados por el mismo fuego, la noche en que tembló la tierra, en que tembló la carne en un instante eterno.

Secretos de un matrimonio

No son todos los que Bergman apunta, pero en este breve discurso se hacen confidencias la gloria, tedio y convención, y el averno, tentación y engaño, habitantes los dos de ese rutinario acoplamiento, de esa institución en la que dice Groucho que a nadie le gustaría vivir.
Hay algún varón machista e irresponsable que no se conforma con su buena suerte -¡Ingrato!- y abandona a su pobre esposa, que le dio los mejores años de su juventud y dos sanos retoños, justo en el momento en el que ya nadie va a quererla; y condena a los hijos de su sangre al trauma, al estigma del divorcio.
Mal está que, si se aburre, descuide sus obligaciones familiares para largarse los domingos de pesca o al fútbol con los amigotes y peor que se busque alguna aventurilla sin importancia, pero romper una familia, faltar a la palabra dada...
Y el caso es que estos pervertidos justifican su inaceptable conducta con argumentos tan débiles, ofensivos, vulgares y absurdos, como los que en cierta ocasión hube de de escuchar y que transcribo aquí, excusando el decoro, con tanta fidelidad como me permite mi memoria:
“Cuando uno tiene una mujer y se cabrea con ella por lo que sea, pero luego, por la noche, le pide sexo y ella le dice que no, mientras se desnuda impúdicamente, mostrando su culo enorme y celulítico; entonces, uno se pregunta: “¿Qué cojones hago yo aquí?” y siente el impulso de levantarse, vestirse y marcharse a cualquier parte: a tomar una copa y pensar, de putas, a correr por el parque. Pero no lo hace. Se queda tumbado en su parte de la cama tocándose la erección, que acaba rindiéndose a la evidencia, odiando al techo, hasta que ella apaga la luz sin decir nada o diciendo un “buenas noches” que suena como un insulto.
¡Que cojones hago yo aquí, desvelado, al lado de esta gorda que ronca, que no me gusta, que no respeta mis erecciones! Si me la casco, seguro que se despierta.
Cuando uno tiene una mujer que, después de ese glorioso final de día, le pregunta por la mañana, como si tal cosa, que si quiere mermelada en las tostadas y se van a trabajar y vuelven, lo de siempre, y se acerca la hora de la cama y ya estamos igual, frente a ese culo enorme y celulítico y prohibido, uno se pregunta por qué, teniéndolo todo: esposa, casa, hijos, coche, trabajo, cuando hay tanta miseria por el mundo, no es feliz; y se siente culpable por no ser feliz, por desear traicionar todo eso: la familia, el confort, la cocina de diseño, la casita de la playa, lo orgullosos que están Papá y Mamá, lo amables que están todos en las bodas, bautizos y comuniones:
-Vosotros, la parejita; el primero, niño, como debe ser; el machote y la princesa. Se siente culpable por desear traicionar todo eso y meterse en un cochazo con un pibón y acelerar y sentir en la cara la velocidad y el latido de la vida y un futuro diáfano donde todo es posible, donde cada segundo es valioso”.
Roguemos por estos seres desviados del recto camino para que pronto encuentren la luz y la contrición.

El secreto de sus ojos

Ha pasado el tiempo suficiente y van quedando sobre todo los ojos. La historia se esconde detrás de la mirada. La del hombre que se aguantó el amor, la de la mujer a quien venció la esperanza, la del amigo que murió ebrio de heroísmo, la del verdugo atónito de justicia y venganza, la del criminal ofuscada de lujuria y penitencia. Y entre todas la tuya: ¿Por qué no te dejaste vivir? ¿Para qué, sino para darnos tormento, escribes ahora la historia de tu renuncia?
Tú también eres culpable. A ti también te delata tu mirada. Tu también deberías ser señalado por el verdugo entre la cercana multitud del estadio, ser perseguido y castigado por lo que no te atreviste hacer, por haber dejado escapar la vida sin atreverte a hacerlo.
Tú también sabes, como él, que la cadena perpetua no es mejor que la muerte.
¿Qué pasa cuando te aguantas el amor? ¿qué pasa cuando te conformas con la injusticia, cuando cumplir con la ley es una indignidad, cuando te sientes en deuda con tu propia vida, cuando tus ojos están gritando tus silencios, cuando detrás de la verdad acomodaticia late (y te llama) la verdad inexcusable, cuando los más débiles de entre los tuyos van ocupando tu ataúd?
Cuando la contemplación de la gacela ensangrentada, muerta, penetrada por el predador que también eres tú te oprime un poco más en tu impotencia para todo: para hacer el mal y para remediar el mal.
Vas a escribir un libro que te ayude a recordar, que te reconcilie con tu mirada, que te redima de lo que no hiciste. ¿Piensas librarte así de la cadena perpetua?

Tu navaja

Va todo muy deprisa, muy caótico. Difícil priorizar, todo interesa. Todo lleva a todo con urgencia. Y no sería ético renunciar a la lírica del camino.
He pasado una hora virtual con Concha Buika. Me la presentó virtualmente MH. Y Bebo Valdés, que andaba por allí, ha mencionado la retroalimentación emocional. Y yo, vaya usted a saber por qué tipo de retroalimentación, he pensado que lo importante es tener la llave del corazón de un ángel y que esa llave, como un aguijón, siempre capaz de traspasar el blindaje de cualquier intimidad y de libar los más recónditos elixires, los más exquisitos almíbares, quizá podría ser, amor, como tu navaja.
Tu navaja de frío acero reventó mi corazón y desde aquel tajo preciso hasta el cercano fin de mis días, no hago sino bañarte con mi sangre y sentir la infinita placidez de quien se desvanece de amor.
Tu navaja revestida de tersa piel de seda, impulsada por una pasión asesina contenida en hielo, me alcanzó en el punto más virginal de mis entrañas y un manantial novísimo de placer y de asombro brotaba y me arrastraba por un cauce de vértigo hacia una dicha cierta, hacia una felicidad incontestable.
¿Por qué cambiaste, amor, tu navaja de plata por el látigo? ¿Por qué ya no te acercas para seguir hiriéndome? ¿Por qué sigues abriéndome la piel desde tan lejos?

Paridad por la paz

Lo normal en una sociedad no machista es la paridad. Si somos mitad y mitad, pues, las responsabilidades, a medias, desde las de la cúpula del poder hasta las de andar por casa, ¿no? Los problemas sociales no son de los hombres ni de las mujeres, sino de toda la sociedad, vamos, paritariamente.
Haití.250.000 muertos. 132 rescatados. Los rescatados suponen aproximadamente media milésima menos de tragedia. Pero los medios de comunicación hablan de esa media milésima. Le conceden su importancia. Violencia de género. Entre los casos de mujeres asesinadas a manos de sus parejas o ex parejas, se cuenta alguno de suicidio del asesino, después de cometido el asesinato. Puede que eso no añada mucho más de media milésima a la gran tragedia, pero alguna importancia, digo yo, vamos, paritariamente, debe de tener. ¿Por qué no se habla de ello?
¿Cuáles fueron los motivos de Satán para cantarle la gallina al Sumo Hacedor sabiendo como sabía el castigo que le esperaba? Seguramente se imaginaba que eso de ser ángel iba a ser otra cosa.
Un niño soldado es capaz de darle un hachazo en la cabeza a su propia madre. Pobre madre y pobre niño soldado. ¿Quién lo engaño? ¿Quién le metió esas ideas, esas emociones en su inocente cabecita? La guerra. La culpa es de la guerra.
¡Prefiero matar (o morir) a no ser el machote que me enseñaron a ser, porque si no puedo ser ese machote, entonces prefiero no ser nada, acabar con todo de una vez!
¿Quién lo engaño, quién le metió a ese niño en su cabecita semejantes ideas y emociones que tanto daño le hacen, con las que tanto daño hace? ¿De quién aprendió ese rol de identidad? ¿Quién se lo exigía? ¿Su papá o su mamá? ¿Los demás hombres o las demás mujeres? ¿Y quiénes y cómo podrían atajar este mal? ¿Podrían hacer algo Papá y los demás hombres? ¿Podrían hacer algo Mamá y las demás mujeres?
La violencia de género es un mal social cuya solución no es, pues, la guerra de sexos, sino la acción conjunta y responsable de los dos sexos hacia una verdadera paz de los sexos. Con aportaciones paritarias.

No me cabe en la cabeza

Vivo en un mundo dividido en 192 países soberanos, 50 territorios con alguna particularidad en su soberanía y la Ciudad del Vaticano, dando la nota como siempre. Tanto dato no me cabe en la cabeza.
Comparto el planeta con más de seis mil millones de seres humanos, la mayoría de los cuales no es de mi raza, no habla mi lengua, no comparte mis creencias, es mucho más pobre que yo y me moriré sin haberla visto jamás. Tanta diferencia no me cabe en la cabeza.
Por la televisión y por Internet me entero de muchas cosas de estas personas con las que comparto la Tierra, especialmente de sus tragedias y aflicciones y de la vida regalada de sus ídolos y de sus gobernantes. Tanto dolor y tanta desigualdad no me caben en la cabeza.
También sé que comparto el mundo con millones de especies vivas que conforman ecosistemas en muchos de los cuales yo no podría ni respirar, y que mi ecosistema se llama ciudad (hay otros humanos capaces de vivir en el campo), y que me estoy cargando sin quererlo todos los demás ecosistemas. Tanta culpa no me cabe en la cabeza.
Luego está el mundo de lo infinitamente grande y lejano: quince mil millones de años luz o más. Y el mundo de lo infinitamente pequeño, que se mide en picometros o menos. Es fascinante, pero no me cabe en la cabeza.
Estos son solo algunos ejemplos de lo que no me cabe en la cabeza.
A mí en la cabeza me cabe lo justo para una escapada de fin de semana. El resto de la conciencia lo llevo en un pincho que, hasta que no lo pinchas, es como si no lo llevaras. A veces ni pinchándolo funciona, por misteriosas razones neuroelectrónicas. Otras veces se pincha solo y me deja asombrado de lo que sé (¿sabía, habría sabido, supe, sobrasada?) acerca de lo uno y lo diverso, de lo concreto y de lo abstracto, de la potencia y del acto.
Si alguien comparte mi tribulación o la comprende, por favor, escríbame para decirme qué hago con mi vida, cuál es el siguiente paso para mejorar el mundo.
Yo, mientras tanto, voy a llevar esta botella de coñac vacía al contenedor de vidrio.

Los trinos trinos

Las grandes palabras: libertad, esperanza, Dios, amor; etc.; adolecen de imprecisión semántica, pueden significarlo todo o nada. Sin embargo son muy bellas y evocadoras como cantos de ave, como ecos de lejanía.
Las grandes palabras, de tres en tres, ¿por qué será?, adquieren tintes doctrinarios, apariencia de solidez: Dios, patria y justicia; libertad, igualdad y fraternidad; salud, dinero y amor; fe, esperanza y caridad; derecho, pluralismo y democracia; Padre, Hijo y Espíritu Santo. Seguro que el amable lector recuerda muchos más ejemplos.
Las grandes palabras, de tres en tres, se dirían trípodes donde sustentar la estupidez humana, donde justificar y hasta ennoblecer la estupidez humana.
Todos picamos con alguna de estas ternas mágicas. A mí la que me parece más real es vida, azar y muerte, porque estos tres componentes del destino se caracterizan por su endeblez, porque no nos arman contra el enemigo, nos bajan los humos del dogmatismo disfrazado de ideal y nos recuerdan nuestra humilde e insignificante condición.
Vida, azar y muerte: eso es todo, eso lo explica todo y, a pesar de eso o precisamente por eso, la acción puede ser una fiesta.
El fluir del tiempo, la concordia de las almas no necesitan patas, bases ni pilares. Bastan los trinos de ave, los ecos de lejanía, el agua la final del camino.

Cultura viva

Este domingo en el Chapeau de Napoleon, espléndido mirador del
Val-de-Travers, conversábamos mi hijo y yo con un buen amigo de los dos, un maestro cuya cultura hace honor a su nombre: más que ministro.
Está demostrado –decíamos- que se retiene mejor lo que se ve que lo que se oye y mejor aún lo que se hace. Ahora bien, lo que mejor se aprende es aquello que nos implica afectivamente, aquello que nos emociona.
Yo creo que ahí está la clave: en ser capaces de transmitir a nuestros alumnos lo emocionante de la cultura.
El Éxito, ese Zeus de nuestro politeísmo actual (Esbeltez, Estatus, Tarjeta de Crédito...) es venerado también en las escuelas. Demasiados adolescentes reciben el título de fracasado escolar cuando terminan su enseñanza obligatoria. O antes. Y buena parte de culpa - tampoco toda- tenemos los maestros.
Un libro no es más que un amasijo de papel y tinta hasta que alguien lo empieza a leer. La cultura sería un cementerio si no supiéramos resucitarla.
¿Cómo puede atraer a quien comienza a descubrirse vivo una cultura presentada en forma de datos muertos que memorizar, de ideas muertas extraídas de textos muertos?
Si, por ejemplo, El Cid no nos mueve a realizar nuestra propia hazaña, si el candor de Berceo no despierta nuestro propio candor, si no provocamos con el Arcipreste, si no lloramos y veneramos a nuestros mayores con Manrique, la Edad Media está lejos, muy lejos.
Si la belleza física que conmovía a Garcilaso no nos hace gozar más de nuestra propia belleza física, si la quimera que lanzó a Don Quijote por tierras de La Mancha no nos convierte a nosotros en misioneros de la felicidad, si no nos ponemos a analizar a la luz de nuestra propia razón el contrato social (también valdría el de Cristiano Ronaldo), si la pasión libre y violenta de Espronceda no nos sirve para expresar nuestra pasión libre y violenta, el Renacimiento, el Barroco, la Ilustración, el Romanticismo serán cadáveres de los que huir corriendo hacia la discoteca.
El gozo del paisaje, el lujo y la sensualidad, el amor a España, la poesía desnuda, son emociones que nuestros adolescentes pueden descubrir en sí mismos de la mano, por ejemplo, de Pereda, Darío, Unamuno o Juan Ramón.
Si aplicamos las palabras muertas de la cultura a muestras vidas, sentiremos temblar dentro de nosotros siglos enteros de de belleza y de sabiduría. Y eso es emocionante. Merece la pena intentarlo.

Génesis del currante

Capítulo 2

Versículo 3
El séptimo día, Dios no descansó, como todo el mundo cree, sino que creó al currante para que empezara a trabajar, muy de mañanita, al día siguiente, lunes.

Versículo 4
Dios no creó al currante a imagen y semejanza suya, sino que lo hizo sufrido, feo, necio y abundante.

Versículo 5
Sufrido lo creó y recio para soportar el trabajo propio y el ajeno, la fatiga y la renuncia de sí mismo.

Versículo 6
Feo lo creó y de basta hechura para que nadie se fijara en su dolor y para que él mismo no se tuviese en aprecio.

Versículo 7
Necio lo creó e ignorante para que no conociera su triste suerte y, si por obvia le fuera imposible desconocerla, no supiera jamás el modo de salir de ella.

Versículo 8
Abundante lo creó y prolífico para que en lugar alguno del orbe quedare la orden de un patrón sin obedecer ni el capricho de un rico sin satisfacer.

Versículo 9
Y así se hizo, según su voluntad, que no ha cambiado hasta la fecha desde el principio de los tiempos.

El día que perdí la Navidad

El día que perdí la Navidad estaba gimiendo y llorando en este valle de lágrimas, regando mi desierto jardín, cuando se me apareció, brillante como una estrella de tres puntas, carnal como un monte de Venus, una desterrada hija de Eva. ¿Cómo temblaba? Temblaba como una gota de rocío. ¿Cómo suspiraba? Suspiraba como un adolescente enamorado. Me acerqué hasta su corazón para escuchar el trepidar de cada latido y me bañé en su mirar de gacela herida. Entonces supe que no me equivocaba: ella era mi flor.
Hundí, pues, sus pies descalzos en la tierra mojada y la regué con la nieve de mi eterna espera y ella me regalaba con la fragancia de sus siete pétalos y florecía por doquier su vegetal concupiscencia. Yo entonces aún no sabía que había perdido la Navidad.
Llegó el momento en que no había versos en todos los poemas, en que no había colores en todas las paletas, en que no había notas en todas las sinfonías para cantar la gloriosa desnudez de mi ninfa, el candor fertilísimo de mi musa.
Los días se tornaban ángeles alados, las muletas de la realidad se sustentaban en una brisa tenue y todo el mundo se volvió de nube.
Sabed que todo esto que os cuento sucedió exactamente así y es la crónica rigurosa y original de mi recuerdo.
Ay, ay, ay, ¿por qué utilizaste tus piernas para andar? ¿Por qué creciste? ¿Por qué yo envejecí? ¿Qué pudo suceder para que un día cualquiera me sorprendiera sentado en mi jardín desierto, en mi jardín de siempre, ya sin Navidad?