Secretos de un matrimonio

No son todos los que Bergman apunta, pero en este breve discurso se hacen confidencias la gloria, tedio y convención, y el averno, tentación y engaño, habitantes los dos de ese rutinario acoplamiento, de esa institución en la que dice Groucho que a nadie le gustaría vivir.
Hay algún varón machista e irresponsable que no se conforma con su buena suerte -¡Ingrato!- y abandona a su pobre esposa, que le dio los mejores años de su juventud y dos sanos retoños, justo en el momento en el que ya nadie va a quererla; y condena a los hijos de su sangre al trauma, al estigma del divorcio.
Mal está que, si se aburre, descuide sus obligaciones familiares para largarse los domingos de pesca o al fútbol con los amigotes y peor que se busque alguna aventurilla sin importancia, pero romper una familia, faltar a la palabra dada...
Y el caso es que estos pervertidos justifican su inaceptable conducta con argumentos tan débiles, ofensivos, vulgares y absurdos, como los que en cierta ocasión hube de de escuchar y que transcribo aquí, excusando el decoro, con tanta fidelidad como me permite mi memoria:
“Cuando uno tiene una mujer y se cabrea con ella por lo que sea, pero luego, por la noche, le pide sexo y ella le dice que no, mientras se desnuda impúdicamente, mostrando su culo enorme y celulítico; entonces, uno se pregunta: “¿Qué cojones hago yo aquí?” y siente el impulso de levantarse, vestirse y marcharse a cualquier parte: a tomar una copa y pensar, de putas, a correr por el parque. Pero no lo hace. Se queda tumbado en su parte de la cama tocándose la erección, que acaba rindiéndose a la evidencia, odiando al techo, hasta que ella apaga la luz sin decir nada o diciendo un “buenas noches” que suena como un insulto.
¡Que cojones hago yo aquí, desvelado, al lado de esta gorda que ronca, que no me gusta, que no respeta mis erecciones! Si me la casco, seguro que se despierta.
Cuando uno tiene una mujer que, después de ese glorioso final de día, le pregunta por la mañana, como si tal cosa, que si quiere mermelada en las tostadas y se van a trabajar y vuelven, lo de siempre, y se acerca la hora de la cama y ya estamos igual, frente a ese culo enorme y celulítico y prohibido, uno se pregunta por qué, teniéndolo todo: esposa, casa, hijos, coche, trabajo, cuando hay tanta miseria por el mundo, no es feliz; y se siente culpable por no ser feliz, por desear traicionar todo eso: la familia, el confort, la cocina de diseño, la casita de la playa, lo orgullosos que están Papá y Mamá, lo amables que están todos en las bodas, bautizos y comuniones:
-Vosotros, la parejita; el primero, niño, como debe ser; el machote y la princesa. Se siente culpable por desear traicionar todo eso y meterse en un cochazo con un pibón y acelerar y sentir en la cara la velocidad y el latido de la vida y un futuro diáfano donde todo es posible, donde cada segundo es valioso”.
Roguemos por estos seres desviados del recto camino para que pronto encuentren la luz y la contrición.

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