El ciudadano X

El ciudadano X no es feliz. No tiene a nadie que se interese por su vida, nadie con quien compartir, al final de la jornada, las cotidianas emociones, las ideas que van y vienen.
Nadie: se acaba el trabajo y es como si se acabara la vida, los fines de semana se hacen eternos, los puentes, temibles, las vacaciones, angustiosas.
Muy de tarde en tarde, recibe la llamada de un familiar con el que discutió hace años o de algún amigo lejano. El ciudadano X responde que todo va bien, quizá fingiendo un poco de euforia, y se interesa por la familia de sus interlocutores, por los trabajos, los estudios, los proyectos, los hijos que prosperan, las próximas vacaciones.
El ciudadano X pasa solo las navidades, el día 24 por la noche y también el 25. Hace tiempo que decidió no aceptar la compasión de nadie. Asumir que está solo. La soledad tiene sus ventajas, se dice.
Pero el ciudadano X, con trabajo, con casa, con coche, con una ciudad entera hirviendo a su alrededor, no es feliz, nunca sonríe. Se siente solo, peor, abandonado, y guarda, acumula rencor, no sabe muy bien cuánto ni a quién, por dejarlo pudrirse de soledad enfrente de una pantalla, delante de una cerveza, al lado de dos desconocidos que se hablan, que se besan. El ciudadano X (la ciudadana X) abunda, es conocido, nos lo cruzamos por la calle, en el cine, en el parque, en el bar, en el centro comercial, siempre solo. Es correcto, amable. Buenos días, buenas tardes, cuánto le debo, gracias, un café por favor. El ciudadano X toma somníferos y antidepresivos, pero no le gusta abusar.
Estimado lector de Mundo Hispánico, si conoces al ciudadano X, prueba a darle una oportunidad, prueba a devolverle la palabra

MH 2012

Cuando salgo a comer a Fenin, a Vilars, a Fontaines, a Valangin,  a Peseux, a Auvernier, a Colombier, a Cortaillod, a Couvet, a Fleurier, a Neuchatel, a Saint Blaise o a Landeron, sin ánimo de mencionarlos todos, y pido mesa para uno, llevo siempre conmigo MH: No me gusta comer solo.
De ese modo, las pequeñas mesas  en donde suelo ser acomodado se convierten en amplias mesas redondas en las que se sienta un nutrido y selecto grupo de amigos íntimos. No hay más que escuchar un rato sus palabras para darse cuenta de que son íntimos, porque todos ellos expresan lo más valioso de sus emociones, esta, de sus viajes, esa, de sus apetitos, aquella de sus sueños; este de sus denuncias, ese, de sus lecturas, aquel, de sus recuerdos… Y todos, será el vino que ya va faltando en las copas, con la franqueza en las tripas, con el anhelo en el pecho.
Cuando salgo a comer con Miguel Rodríguez, con Manuel Grau, con Leopoldo Salas, con Miguel Morales, con Ana Alonso, con Maritza López-Laso, con Laura Mengú, sin ánimo de mencionarlos  a todos, y pido mesa para uno, y leo y releo las páginas de MH, me nutro de la mejor compañía.
Esta columna se publicará en enero de 2012. Mi primera colaboración en MH data de enero de 2008. Apareció en la antepenúltima página del número 101, primero del nuevo formato. Los cambios de año son para muchos momentos de balance y de propósito. Balance, cuatro años de amistad, y propósito, comenzar  también  el año con vosotros.
Así que lo dicho, que lo sepáis, que cuando suenen en mi casa las campanas del reloj y los descorches del champán, allí estará, también, amigos de MH, resonando vuestra palabra.

Miradores

Aunque tengo la vista cansada, despierto una mañana en mi cubículo y me asomo a mis miradores: a la ventana, al espejo y a la pantalla plana.
Desde la ventana contemplo el cielo  gris obstinado y apenas  adivino el lago detrás de la neblina.
En el espejo tropiezo con mi cuerpo desnudo, que me gratifica, perdón, que me gratificaba.
En la pantalla plana puedo ver a Rajoy, ¿qué queda en él de Franco?, y a Rubalcaba, ¿qué queda en él de Pablo Iglesias?, compartiendo cortésmente el coto de caza del señor dineroteneiente,  donde trisca y abunda el indeciso.
 Cambio a aualinternacional, llena de fotos de colegas muy atareados, masticando esas nuevas píldoras para la implementación ¿de la ciencia infusa? que creo que se llaman jotaclic.
Visito a mis hijos en Tuenti, que siempre andan por allí con centenares de amigos y trato de interpretar su escritura críptica, que recuerda al español, y sus fotos excesivas, que reinventan el pudor.
Y, resumiendo, eso veo yo, turbio, nada de más importancia, con mi vista cansada, desde mis miradores: la ventana local, el espejo íntimo, la pantalla internáutica.
Pero cuando te miro, frente a mí, sonreírme, cuando cierro los ojos y te miro, amor mío, todo, pantalla, espejo, ventana, lago, cielo, todo lo llenas tú, todo lo aclaras.

Microcontrol

Ayer me dejé la ventana abierta y cuando me asomé mientras la cerraba me detuvo una percepción inquietante. Aquel paisaje no era el paisaje de siempre o al menos yo jamás lo había visto así. Quedé como en trance. Quizá sigo en trance.
Lo primero que acerté a sentir es que mi vida, mis pensamientos, mis emociones y mis deseos son una insignificancia en un cosmos caótico e inabarcable, sin lugar a dudas, fuera de mi control. Me dije que era un tópico, pero la angustia lo convertía en algo completamente nuevo para mí, inminente. Estaba rodeado de una realidad asombrosa, vertiginosa, que no podía sino admirar. Necesitaba mantener intacta mi capacidad de sorpresa, mi ingenuidad, para no perderme detalle de la maravilla. Contemplar ya es mucho.
Luego pensé que quizá merecía la pena tratar de comprender. Quizás había algunas leyes, algo racional, algo periódico, la vida y la muerte, la noche y el día, antes  y después, delante y detrás del horizonte. No sé, el cielo y la tierra y el agua, los niños y los adultos y los ancianos, yo y las mujeres que me atraen y el resto de los seres humanos…
Tratar de comprender, me dije, que no comprender. Tratar de controlar, que no controlar. Y tener la sensación de seguridad que nace de esa falsa creencia de que algo sí comprendo, de que algo sí controlo, de que algo sí que puedo hacer para mejorar las cosas.
Fue así como creé mi microcosmos y me puse a microcomprenderlo y a microcontrolarlo  y esa microilusión me llevo a actuar.  Me acordé de la frase de Goethe “la acción es la verdadera fiesta del hombre”, de la frase de Ortega “La vida cobra sentido cuando se hace de ella una aspiración a no renunciar a nada”, de la frase de Jesucristo “A cada día bástele su afán”, de la frase de Víctor Manuel “Aunque soy un pobre diablo, se despierta el día y echo a andar”, de la frase de Serrat “Hoy puede ser un gran día”, de la frase de mi abuela “No preguntes y hazlo tú”. Y animado por esos sabios predicadores, me dije: “Tú hazlo y ya iremos viendo”
Y en esas estoy, haciendo cosas, tan esperanzado yo. Buscando amor o al menos sexo, buscando mi genio creador o al menos disfrutando del de otros. Buscando la honestidad o al menos cumpliendo órdenes. Buscando la coherencia o al menos siguiendo mis impulsos. Buscando cambiar las cosas o al menos disimulando mi miedo a los cambios. Aquí sentado en la butaca de mi microcasa siento que todo está bajo microcontrol. Qué despiste, he vuelto a dejarme la ventana abierta.