El ciudadano X

El ciudadano X no es feliz. No tiene a nadie que se interese por su vida, nadie con quien compartir, al final de la jornada, las cotidianas emociones, las ideas que van y vienen.
Nadie: se acaba el trabajo y es como si se acabara la vida, los fines de semana se hacen eternos, los puentes, temibles, las vacaciones, angustiosas.
Muy de tarde en tarde, recibe la llamada de un familiar con el que discutió hace años o de algún amigo lejano. El ciudadano X responde que todo va bien, quizá fingiendo un poco de euforia, y se interesa por la familia de sus interlocutores, por los trabajos, los estudios, los proyectos, los hijos que prosperan, las próximas vacaciones.
El ciudadano X pasa solo las navidades, el día 24 por la noche y también el 25. Hace tiempo que decidió no aceptar la compasión de nadie. Asumir que está solo. La soledad tiene sus ventajas, se dice.
Pero el ciudadano X, con trabajo, con casa, con coche, con una ciudad entera hirviendo a su alrededor, no es feliz, nunca sonríe. Se siente solo, peor, abandonado, y guarda, acumula rencor, no sabe muy bien cuánto ni a quién, por dejarlo pudrirse de soledad enfrente de una pantalla, delante de una cerveza, al lado de dos desconocidos que se hablan, que se besan. El ciudadano X (la ciudadana X) abunda, es conocido, nos lo cruzamos por la calle, en el cine, en el parque, en el bar, en el centro comercial, siempre solo. Es correcto, amable. Buenos días, buenas tardes, cuánto le debo, gracias, un café por favor. El ciudadano X toma somníferos y antidepresivos, pero no le gusta abusar.
Estimado lector de Mundo Hispánico, si conoces al ciudadano X, prueba a darle una oportunidad, prueba a devolverle la palabra

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