Música para una resurrección

Yo ya estaba enamorado de la música de Mozart la noche en que me deslumbró con un vestido nuevo: Las bodas de Fígaro. Me acompañaba una mujer que quizás me amó. Para los dos era la primera vez. Hubo momentos en que la emoción nos llevaba casi al sollozo. Me dije que tan sólo esa ópera era una buena razón para no morir nunca. Después la escuché durante muchos días y muchas noches y no sé cuándo, sin ningún motivo, dejé de escucharla. Entonces empezaron a pasar años, como diez o más (¿o dos días?) durante los cuales ópera y mujer permanecieron sepultas en mi memoria bajo sendos epitafios: “Aquí yace mi música preferida”. “Aquí yace una mujer que quizás me amó”. El olvido y la muerte serían idénticos, si no fuera porque el olvido a veces nos regala con el milagro de la resurrección. Tres regalos he tenido yo. Uno. La mujer que quizás me amó se me apareció al tercer día y me dijo que sí, que me amó y que desde entonces sigue escuchando la ópera y recordándome. Dos. Mi hijo me pregunta al tercer día que cuál es mi música preferida y yo le contesto que Las bodas de Fígaro y la escuchamos juntos y vemos juntos Amadeus y trato de transmitirle mi amor por la música de Mozart. Y tres. Al tercer día, mis hijos me regalan por mi cumpleaños una entrada para Las bodas de Fígaro en el Real, ahora, en julio. Así que yo he vuelto a escucharla durante muchos días y muchas noches y han nacido lirios en el desván y no ha pasado el tiempo y la piedra del sepulcro se ha descorrido sola y han aparecido brillando como si fuera ayer, Fígaro con su audacia, Susana con su honestidad, el Conde con su lujuria, la Condesa con su desamor y su perdón, Barbarina que llora porque perdió un alfiler, Querubín que pregunta qué es el amor. Y todas esas emociones tan humanas, tan cercanas, tan graciosamente enredadas en la comedia de Beaumarchais, transformadas en valor universal, en arte sublime, en eternidad, si cabe, gracias a la música de Mozart. Quién sabe, amables lectores, quizá merezcan la pena los años vividos, aunque nos parezcan demasiados, quizás es una ventaja tener un pasado muerto y enterrado en los sepulcros de la memoria sólo por si el azar se complace un día en regalarnos alguna resurrección.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

ES UNA HISTORIA REAL. HACE YA TIEMPO QUE TE HICIMOS ESE REGALO Y TODAVIA SIGUES OYENDO EL CD Y ADMIRANDOLO UNA Y OTRA VEZ SIN ABURRIRTE.
SE NOTA QUE ACERTAMOS CON EL REGALO, TU HIJA.

filders dijo...

Gracias, hija. Claro que acertasteies.