Estilo de vida

Reconozco que ser infeliz posee cierto embrujo, digamos, cierta tentación estética. ¡Hay desgracias tan bellas! Dan como envidia. Da como rabia perdérselas, ¿verdad? Sí, la infelicidad, el sufrimiento lacerante y pasional puede ser un hermoso, un romántico error de juventud. Pero a la edad provecta, quizás convenga más ser feliz, ser decididamente feliz, vamos, hacer de la felicidad un estilo de vida. Te pongo un ejemplo:
Me despierto. Qué bien descansado estoy. Hace bueno hoy. Está precioso el lago. Siempre distinto. Muchas cosas que hacer. Todas me apetecen, pero sin prisa, sin estrés. Lo primero un paseíto por la orillita. A mirar hembras (¿mirar sí que se puede?), a sentir la brisa, a despertar los apetitos. Luego un desayuno ”rico, rico” en el lugar habitual, todo un rito. ¡Abajo la comida rápida! Atender el correo electrónico y postal. Consultar la agenda para hoy. Planificar la actividad del día con calma, con eficacia, con el rigor que exigen las responsabilidades asumidas, con el placer de innovar, de actualizar, de vivir el presente, de ilusionarse con los proyectos de futuro, de evitar los errores del pasado, de cosechar y conservar las buenas ideas, de atrapar la genialidad de un momento, si la suerte me la pusiera a tiro. Y todo ello confortablemente, sin agobios, como bailando con la vida.
Luego viene poner el día en práctica, interactuar con el entorno buscando mutua gratificación, cumpliendo con el programa trazado, observando y valorando los resultados en una búsqueda serena de superación, de excelencia, si cabe.
Y en las últimas horas del día, dejarse caer como lo hace el sol detrás de las montañas en una sonrisa compartida, en una conversación confiada, en una caricia regalada, en un ensueño erótico, quizás en un último frenesí, en un profundo reposo.
¿Me pones otro ejemplo?

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