Plegaria democrática


Yo confieso ante la Democracia, consoladora de los justos, y ante vosotros, hermanos demócratas, que atento mucho contra nuestro ideal compartido con el pensamiento, la palabra, la obra y la omisión.
¡Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa!
Porque me acechan pensamientos antidemocráticos, serias dudas de fe en la democracia, cuando compruebo las propiedades que el dinero ha, hubo y habrá, en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos.
Porque se me escapan palabras antidemocráticas cuando hablo de toda esa gente peor que nosotros. ¡Me refiero a esos antidemócratas del infierno!
Porque impongo mis opiniones a mis subordinados con la arbitrariedad y la impunidad del más denostable de los dictadores, argumentando – y creyéndomelo – que es lo mejor para todos.
Y, lo más importante, por lo mucho que no hago para implementar o reflotar la democracia en este valle de codicias.
¡Quién pudiera expulsar a los mercaderes del templo, armado solo con el látigo de la democrática indignación! ¡Quien pudiera prometer un paraíso no fiscal!
Por eso ruego al gobierno mundial, casi virgen, a los pensadores alados de Porto Alegre, a los políticos no corruptos y a vostros, demócratas globales, que intercedáis por mi ante... ante... lo ante posible.

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