La ameba (acercamiento emocional)

¿Hay poesía en el lenguaje científico? ¿Hay connotación en las definiciones? El limitado uso lógico y racional del lenguaje nos priva de su sabiduría emocional. No prestamos la debida atención a esta forma de conocimiento tan palmaria, tan natural (la inteligencia ya puede ser artificial), tan humana.
Todo el mundo sabe (o puede saber fácilmente) que la ameba no es otra cosa que un protozoo rizópodo que carece de cutícula y emite seudópodos incapaces de anastomosarse entre sí. ¡Bendita sea la ciencia, que siempre nos saca de dudas sobre lo más elemental! Se trata de una definición conmovedora. Todos hemos sido unicelulares aunque no lo recordemos. Yo no recuerdo cosas mucho más recientes. Carezco de cutícula en el alma y ando siempre expuesto y dispuesto a las más inesperadas simbiosis. Ciertamente, tiendo a ser tolerante con estos seres vivos tan simples. Al fin y al cabo, ¿quién no emite seudópodos? Moviéndolos todos a la vez, podemos siquiera soñarnos en el camino como se arrastraba el monstruoso Gregorio Samsa ayudándose de sus débiles patitas.
Pero dejemos la inteligencia y la memoria, ambas emocionales, y detengámonos en la voluntad: esa incapacidad para anastomosarse entre sí no es de recibo. No pueden anastomosarse entre sí, de acuerdo, pero que se anastomosen con otros. Es muy fácil decir: “yo no me anastomoso, porque no puedo” y quedarse así, sin anastomosar, toda una cadena evolutiva. ¡Así no se progresa ni se llega a tejido ni a organismo ni a nada!
En fin, desde la ignorancia científica de lo que significa anastomosarse, desde esta ignorancia de todo a la que me han conducido tantos años de esfuerzo, quiero confesar que me siento muy próximo a ese bichito. Porque carece, porque lo que emite es falso e incapaz de algo incomprensible, porque es muy simple y tiene una definición muy compleja, ¿como el amor?, ¿como la existencia?; porque, a pesar de todo esto y por encima de todo esto, goza de un asombroso don: está vivo.

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