Los principios de la panda

Algunas tardes llegábamos a la docena. Éramos el Calixto (con x), el Nacho, el Pauleras, el Abuelo, el Picota, Pablo Gil y yo, el Tony (con i griega). Ellas eran la Toñi, La Juani, la Pili, Nieves y Araceli. Nadie se preguntó nunca por qué Pablo Gil, Nieves y Araceli no tenían artículo. Solíamos juntarnos en La Abeja de Oro, una taberna de Guadalajara que sigue abierta, aunque ya no es en nada como era entonces. Nos reíamos o sonreíamos más de trescientas veces al día. Hoy está demostrado científicamente que ese es el umbral de la buena salud. (Se trata, como casi siempre, de uno de esos recientes estudios de una prestigiosa universidad americana enunciado en términos estadísticos. Así que, vaya usted a saber, a lo mejor hay alguien que sólo se ríe o sonríe 299 veces al día y también está sano). Nosotros siempre nos estábamos riendo. Éramos una panda. Teníamos cuatro principios de acción conjunta. Había que ver el buen resultado que nos daban. Eran los que siguen: Uno. Con que lo diga uno, vale. Dos. Pues también llevas razón. Tres. ¿Y yo qué, y yo no? Cuatro. ¡Tú también, por supuesto! Nosotros los cumplíamos casi siempre, entre la broma y la vera. Hoy han venido volando hasta mi maltrecha memoria desde quién sabe qué recónditos barrios, estos ingenuos preceptos, los he contemplado desde la perspectiva que da el tiempo y me ha parecido que encierran toda una doctrina de la concordia. Traducidos al lenguaje sesudo de algunos directores de recursos humanos, de esos que se olvidan de que “humanos” es la palabra más importante de las que nombran su cargo, de esos que se ríen o sonríen mucho menos de trescientas veces a l día, podrían quedar así: Uno. Disposición óptima del grupo a aceptar cualquier propuesta de uno de sus miembros, ya que no se concibe que quien la hace piense en otra cosa que en el bien del grupo. Dos. En el caso –improbabilísimo, si se aplica con rigor el principio primero- de discrepancia, todo el grupo dará la razón a quien discrepa, ya que no puede concebirse que lo haya hecho sino desde la absoluta certeza de que la nueva opción planteada es mucho mejor que la anterior para el bien del grupo. Tres. Si un miembro del grupo se siente excluido, debe manifestarlo inmediatamente, dando por hecho que la intención del resto del grupo no puede ser en ningún caso la de excluir de nada a ninguno de sus miembros. Cuatro. Ante una manifestación como la que se apunta en el principio tres, la reacción del resto del grupo será siempre de unánime acogida a quien –sin motivo alguno- se haya sentido excluido. Yo me quedo con la formulación de la panda y me regocija compartirla con mis amables lectores dejando bien claro que, si alguno piensa otra cosa, también lleva razón.

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