Máquinas

Algunas veces estoy en la terraza y se me escapa el tiempo a darse un baño en el lago. Después me encierro en la realidad poliédrica de mi apartamento y me doy cuenta de que estoy rodeado de máquinas prodigiosas. Casi siempre hacen lo que yo espero de ellas y esa conducta, ya se sabe, es un excelente caldo de cultivo para el agradecimiento y hasta para el cariño. Gracias a ellas tengo la ropa limpia y perfumada, la vajilla brillante, la comida preparada, la información puntual, los seres queridos a tiro de tecla, el agua tibia sobre mi piel, la música de Mozart... En fin, mil mundos en mi mundo y el mundo entero ante mis ojos. ¡Ay, qué sería de mí sin mis máquinas! Ni afeitarme podría sin cortarme la cara. Las tengo en todas las estancias de mi casa: en el dormitorio y en el despacho, en el salón y en el comedor, en la cocina y en el baño. Las uso en el portal y en el garaje, en la oficina y en el club y por doquiera que voy me encuentro con su inagotable y servil geometría. Ellas me suben y me bajan, me llevan y me traen, me duermen y me despiertan, me alegran y me entristecen. Ellas ponen palabras en mis oídos, imágenes ante mis ojos; ellas atrapan y difunden mi espectro y mi voz. Unas son sencillas, cercanas y comprensibles, otras sofisticadas, sorprendentes y seductoras. A muchas doy cobijo bajo mi techo. Un hombre de mi posición puede mantener fácilmente a una docena larga de máquinas y aprovecharse de ellas a su antojo sin quebrantar la ley. ¿Será siempre así? Cuando transito por la casa maquinalmente, descubro a alguna de ellas funcionando humanamente por distracción. Es inquietante lo que pueda pasar en el futuro. Ya hay personas que trabajan como parte de una máquina y máquinas que trabajan como parte de una persona. En lo que a mí respecta, no estoy dispuesto a consentir que reine la confusión. En mi casa mando yo. Y pienso prosperar. De momento estoy ahorrando para poder comprarme en el año 2173 (todavía seré joven) un mayordomo androide, una bola de la felicidad y, por supuesto, un orgasmatrón.

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