Mi lengua

Para referirnos a la lengua materna decimos “mi lengua”. Decimos, por ejemplo, “hablo francés, pero mi lengua es el español”. Aunque no lo hablemos bien del todo, seguimos diciendo: “Mi lengua, la tengo un poco olvidada”. Me parece importante enfatizar sobre ese sentimiento de pertenencia. Mi lengua es mi madre. Mi lengua soy yo. Mi forma de ser y de pensar se construyó y se construye en amorosa simbiosis con mi lengua. Hay palabras de mi lengua, con una carga emocional intensa y remota, arraigadas en lo más profundo de mi alma, (modernamente, en lo más recóndito de mi cerebro): “mamá, bien, mal”. Ellas son mucho más de lo que significan, mucho más que su traducción a cualquier otra lengua; “padre, hermano, diosmío” (es evidente que “diosmío” es una sola palabra). Ellas son células de nuestro organismo, llamadas de nuestros antepasados. Son palabras mágicas.
El milagro es que mi lengua es también tu lengua, que sus palabras acarician tu alma (modernamente, estimulan tus neuronas) de la misma misteriosa manera que acarician la mía. Incluso esas palabras como justicia, libertad, amor, que ni tú ni yo sabemos muy bien lo que significan, nos unen, nos hermanan de manera sorprendente. Mi lengua es tu lengua, amigo de mi infancia, vecino de mi aldea, compañero de destierro, y también la tuya, que vives en un país que yo nunca visité, que pueblas una tierra que jamás pisarán mis pies, que tienes la piel cobriza o negra, que aprendiste a bailar salsa o cumbia antes que a andar, que saboreas manjares de los que yo ignoro hasta el nombre. A diez mil kilómetros de mi casa, alguien está cantando una canción en español (¿tango, corrido, fandango, habanera…?), está pronunciando las palabras mágicas que yo tan bien comprendo, que tanto me emocionan. Muchas cosas que fueron ya no son y fueron buenas. Otras nunca fueron como las aprendimos. Hay heridas antiguas que no curaron bien, heridas nuevas que sangran todavía. Pero yo, que no soy culpable, te digo a ti, que tampoco eres culpable, mira este sencillo milagro: a mí me queda tu lengua, la de “amigo” la de “paz”. La de “futuro”, y a ti te queda mi lengua.

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