La memoria

Una vez, abrí mi teléfono móvil (a mí me gustan de los que se abren) y me sorprendió un mensaje que decía: “memoria casi llena”. No me cabe duda, el mensaje se refería a mí, quiero decir a ella, a mi memoria. Entonces me puse a investigar sobre la memoria, adquirí nuevos conocimientos y puse en marcha algunos trucos para recuperarla. Con gusto los compartiría con mis amables lectores, pero no los recuerdo. Desde aquel fatal aviso, mi memoria me sigue acompañando, pero ya no me ama. Cada día se me pone más rellena y más desganada. Yo trato de reanimarla pidiéndole listas: la de la compra, la de las cosas que no puedo dejar de hacer esta semana, la de las mujeres que me atraen, la de las bellas ciudades que conozco. Pero ella no reacciona. He llegado a pensar que me está haciendo la revolución de Mayo 68. Esa que pretendía poner a la misma altura que lo racional, la imaginación y los sentimientos y que jamás se ha puesto políticamente en práctica.
Voy a explicarme un poco. El día que le pedí la lista de las bellas ciudades, me contestó con unos cuantos nombres, pero no siguió un orden racional, por ejemplo, por continentes o de norte a sur. Tampoco me ofreció las más hermosas fotos ni los más importantes monumentos o museos ni las oportunas referencias geográficas o históricas. No. Me contestó cosas como estas:
En Ámsterdam, me miraste desde el escaparate. En Atenas me dejaste en el Partenón hecho una ruina. En al plaza de Rius y Taulet de Barcelona me regalaste tu medallita de la Moreneta. En Budapest, nos reíamos viendo al payaso de Macdonals desde el Danubio. ¡Qué borrachos acabamos en la fiesta del vino de Burdeos! En Fez compramos esa alfombra tan cara que no nos gusta. En Florencia pensamos casarnos en el Palacio Vecchio. En Estambul aprendimos, no sin esfuerzo, a decir “no” a los vendedores con el tono justo para que no insistieran. En Marrakech nos dio un buen susto aquel encantador de serpientes. En nuestro apartamento de París en el barrio Latino algunos días encendíamos la chimenea. En Sevilla, el calor te hizo perder el conocimiento en una taberna, cerca de la Maestranza. En Venecia no paraba de besarte. En Viena conseguimos entradas, ¡qué suerte!, para aquel concierto de Mozart.
¿Qué os parece este enfoque que le da mi memoria a lo que es importante y lo que no? Yo no puedo hacer nada. Se me ha vuelto hippy o pasota o contracultural, que en el origen revolucionario todo es lo mismo. Tendré que ponerme de su parte y revisar mis valores, porque, si no, no me va a dejar acordarme de nada. A lo mejor resulta que así soy más feliz.

No hay comentarios: