Igualdad de género

Mi esposa se desenamoró de mí y me dejó por otro. Me dijo que yo nunca fui ni un buen marido ni un buen padre y que ya estaba harta de aguantarme. Tuve que marcharme de nuestra casa donde ella vive ahora con nuestros hijos y con el otro. Por lo que cuentan los niños cuando ella me permite verlos, me da la impresión de los que cuatro son bastante felices.
Yo vivo solo. Me paso el día limpiando mi casa, planchando, atacando la nevera, sentado frente al televisor o llorando debajo de la ducha. Creo que en el fondo todavía espero que ella me llame un día y me diga: “Cálmate, nene, vuelve a casa, todo va a ir bien”.
He congeniado con el vecino de arriba. Es un chico de mi edad que también vive solo. Tiene una sonrisa preciosa, los ojos pardos tirando a verdes, llenos de luz; el pelo más bien largo, fino y abundante, castaño claro con algunos reflejos blancos. Es un encanto. Casi todas las noches terminamos cocinando algo juntos en casa del uno o del otro. Nos abrimos una botellita de vino y nos ponemos a charlar y a reírnos de todo. Con la segunda copa nos da por contarnos lo que hacíamos en la intimidad con nuestras esposas. Él es muy atrevido y audaz: me da todos los detalles, pero todos, todos. Yo me sonrojo con sólo escucharle. Tengo que espabilarme un poco. Algunas veces nos da por sentirnos muy desgraciados y ponernos a llorar y a consolarnos mutuamente. Otras, decidimos empezar una dieta juntos o nos ponemos a bailar como locos delante del espejo o nos probamos el uno la ropa del otro y nos prestamos algunas prendas o conjuntos. ¡Estamos tan unidos!
Es una suerte tener un amigo que nos ayude a sobrellevar la tiranía y la arbitrariedad con que la vida se complace en castigarnos. No puedo entender por qué las mujeres que se quedan solas y abandonadas no hacen como nosotros en vez de irse de putos.

No hay comentarios: